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DE LOS GENOCIDIOS ANTIGITANOS DEL AYER A LA EUROPA PANDÉMICA DE ODIO

El 30 de julio de 1749 y el 2 de agosto de 1.944 son dos fechas para el Pueblo Gitano que están marcadas a fuego en el calendario cruento de nuestro pasado, pues hablamos de dos genocidios perpetrados hacia nuestros iguales, que sufrieron en sus carnes el peso del odio antigitano elevado a la máxima potencia, que se traduce en el intento de exterminio de todo un grupo de personas. El número de víctimas romaníes de estos horribles genocidios que no forman parte de estudios específicos ni tan siquiera, pueden triplicarse, tal y como afirma el profesor, escritor y activista Rrom, Ian Hancock. Alcanzaríamos por tanto un número hasta ahora inimaginable de personas gitanas que sucumbieron a las penurias de una cárcel, ya fuesen de las del Antiguo Régimen o en los barracones de los campos de concentración nazis, donde allí serían asesinadas miles y miles de personas.
 
El resultado para ambos casos fue el mismo: la muerte, la desidia, la enfermedad, la pena, el dolor, la incomprensión…y también fue exactamente igual, tanto en La Gran Redada como en el Samudaripen, el motivo por el que fueron capturados tantos y tantos hombres y mujeres. Su condición de gitanos y gitanas. Ese fue el delito que habían cometido incluso los niños y bebés que fueron presa de los peores deseos humanos. De hecho, también estos dos genocidios coinciden por ser momentos turbios económica y políticamente hablando, en los cuales, se busca al chivo expiatorio, esa diana fácil que recibe las críticas feroces de una sociedad encrespada bajo adoctrinamientos totalitarios, que suele creer en esos dedos acusadores antes que en una minoría, cuya única responsabilidad es ser y vivir bajo unos parámetros culturales, entre los que pesa la colectividad frente al individualismo de una manera determinante.
 
Esa forma de vivir, opuesta radicalmente a aquellos tiempos y también a los actuales, fue y es concluyente. Debemos tener en cuenta que la población gitana, desde que llega a Europa es privada de sus derechos, siendo relegada a base de múltiples maniobras hacia la exclusión. Ello, unido a una resistencia heroica donde el valor familiar se impone a los límites preestablecidos, donde prevalece la autonomía al vasallaje, y el tiempo con los iguales, causa enfrentamientos con el modelo sistémico y económico socialmente aceptados. Esos fueron los ingredientes para que comenzasen a recaer todo tipo de injurias sobre nuestro Pueblo, las cuales comenzaron en España pocos años después de que llegásemos a la Península Ibérica, y continúan hoy en día, sólo que disfrazadas de una supuesta libertad de expresión, a pesar de que para ello se humille y vilipendie nuestra ya de por sí maltrecha imagen.
 
De hecho, el inconformismo, el valor del tiempo y la resistencia de nuestros valores culturales, nos jugaron y nos juegan malas pasadas. Comenzaron con las prohibiciones de los oficios gitanos, considerados deshonrosos para posteriormente y ya con la Ilustración, comenzar a realizar prácticas de asimilación o prohibición de todo tipo de vida opuesta a los cánones preestablecidos. Por tanto, se confirma que la animadversión profunda y enraizada no sólo estaba reseñada por ser quienes eran los gitanos, sino por vivir como vivían (y viven) de acuerdo a los valores romaníes. A todo ello hay que señalar la cantidad ingente de falsedades, poemarios, ilustraciones, opiniones, fábulas y todo tipo de industria propagandística antigitana, que hicieron justamente vernos como a “ese otro” que no se adapta, que no se integra o que no se quiere integrar, y que además no tiene valor alguno; los que no aportan, los que no importan, los parias, al fin y al cabo.
 
Ese material estereotípico continúa, no nos engañemos. Lo hemos visto cantidad de veces en los últimos años, pasando incluso por personalidades políticas nacionales e internacionales, así como lo hemos visto en materia de olvido a nuestro Pueblo, que sin embargo, sigue siendo objeto de todo tipo de mensajes de odio, como así fue cuando tuvieron la osadía de culpabilizarnos de haber traído y propagado a España este virus, que también nos está golpeando gravemente. También fue así cuando se admitía como cierto haber conseguido una serie de cheques exclusivos para hacer la compra en los supermercados, o también con los mensajes traídos a colación del asesinato de Manuel en Rociana. Son ejemplos de que el odio no desapareció con la Gran Redada, ni con el Samudaripen, ni con otros genocidios antigitanos, pues de hecho vemos cómo efectivamente, los perversos genocidas tienen todo tipo de tributos dentro y fuera de España, como es el caso del Marqués de la Ensenada, mientras que a las víctimas, ni tan siquiera podemos contabilizarlas, ni ponerles rostro. El odio antigitano por tanto, sigue viviendo entre nosotros y es capaz de alzar aún más su voz en momentos tan convulsos como los que vivimos ahora.
 
Momentos que para nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo, están siendo especialmente duros. Nuestro Pueblo lleva siglos soportando las embestidas de ese odio antigitano, pero en los últimos años estamos viendo que ese odio no tiene una forma inalterable, sino que además está creciendo como pocas veces antes hemos visto. Lo estamos viendo en Eslovaquia, donde ya no sólo nos encontramos con centros educativos que son guetos exclusivos para alumnado gitano, sino que durante el confinamiento por el COVID-19, los casos de brutalidad policial se han disparado. Lo hemos visto en las manifestaciones neonazis en Hungría, con políticos que caldean aún más los ánimos, como es el caso de Orban. Lo hemos visto en nuestra cercana Portugal, con políticos de extrema derecha que humillan a nuestros hermanos. Lo hemos visto también en Brasil, donde se ha llegado a expulsar a los gitanos y gitanas de distintas localidades ante la creencia de ser “los portadores del COVID-19”. La lista podría continuar y sería interminable. Rumanía, Bulgaria, Francia, Italia….Y España. La pandemia del odio sigue imparable y sin cura.
 
Nuestra resistencia como forma de vida ha sido clave y, por supuesto, seguimos aferradas a ella y a nuestra bandera, pues son los símbolos donde se hallan la libertad y la oposición férrea a ser sometidos como Pueblo. Lo hacemos también con el recuerdo de todas aquellas víctimas de los genocidios antigitanos, recordando a Raymond Gurême, que se nos fue hace sólo dos meses, siendo uno de los supervivientes del Samudaripen, y al que le debemos gran parte de ese espíritu inconformista. Recordando también a aquellos hombres, mujeres, ancianos y niños que les hicieron frente a aquellas guardias, ya fuesen las de Fernando VI o las SS,  defendiéndose con todo lo que tuviesen a mano, pues no hay nada más fuerte en esta vida que el deseo de salvar a un ser querido, como lo hicieron las heroínas de la sección “Zigeunelager” de Auschwitz- Bikernau en 1944. Seguimos recordando a las víctimas gitanas del ayer, pues incluso los monumentos en su memoria siguen siendo objetos de ataques neonazis en esta Europa pandémica de odio. Seguimos por tanto haciéndole frente al antigitanismo cada día, denunciando los delitos de odio y a la par, trabajando en firme para alcanzar la justicia social para nuestro Pueblo. Habiendo logrado que el antigitanismo sea recogido en los informes sobre los delitos de odio del Gobierno de España, o el compromiso para la promoción, protección y sensibilización sobre nuestro Pueblo, somos conscientes de que el camino para la tan ansiada equidad es muy largo e incluso, tumultuoso; pero no podemos permitirnos el lujo de conceder ni un minuto más a la intolerancia instaurada sobre el Pueblo Gitano. Se lo debemos a nuestros antepasados, a las víctimas del ayer y se lo debemos también a nuestros hijos e hijas.
 
 
Por todas las víctimas del Samudaripen y de la Gran Redada, brille para ellas la luz eterna