LA PERVERSIÓN MEDIÁTICA HACIA LO GITANO

La psique humana necesita una categorización y una ordenación clasificada en virtud a sus propias ideas, que vienen influenciadas a través del propio sistema en el que nos hemos adentrado. Así, la dinámica social ha ido caminando en los últimos siglos, donde el rey de la corte ha ido ejerciendo una influencia sobre el vasallo, donde el rico ha desarrollado un poder sobre el pobre o donde la mecanización ha ido desplazando a la mano de obra. En todos los momentos de la historia hemos podido ver cómo efectivamente, el poder de la opresión se ha ido ejerciendo de un grupo mayoritario sobre el minoritario, mostrándose en todas sus facetas, ya fueran sociales, económicas, académicas o artísticas. Lo son las mujeres, lo son los afrodescendientes, lo están siendo las personas asiáticas, lo son los grupos de personas latinas, las personas con diversidad funcional, los colectivos LGTBI… y seguimos siendo también objeto de esta opresión los gitanos y las gitanas.

Ya sabemos que el poder fáctico se sigue ejerciendo de múltiples fórmulas, pero en este mundo de la inmediatez, la última hora y las fake news, repleto de redes sociales y perfiles falsos, hay un grupo que tiene un volante sobre el que nos llevan a todas las personas. Son los medios de comunicación, que nos conducen e inducen a un unitario modelo de pensamiento cuando nos referimos a ciertas cuestiones como el racismo y sus especificidades. Muchos además forman parte de empresas y multinacionales, que en virtud de sus intereses promueven el poder del convencimiento para que así la sociedad continúe formando parte de este tributo al maniqueísmo.

El enésimo ejemplo lo hemos tenido con los cientos de medios de comunicación que se hicieron eco de la falsa sustracción de la perrita “Pocahontas”, donde se repitió hasta la extenuación que “los ladrones” habían sido “unos gitanos”. Ya se pueden imaginar las reacciones en las redes. Y es que el Pueblo Gitano no tiene derecho ni tan siquiera a contar con la posibilidad de que se dude sobre su implicación o no con un hecho delictivo. Si son gitanos son malos, ladrones, vagos, machistas, sucios y están inmersos en una infinidad de adjetivos peyorativos. Ahora también somos capaces de ejercer la violencia contra un animal. Si son gitanos podemos impunemente permitirnos hacer reportajes en “Equipo de Investigación”, emitir juicios de valor e inducir a toda relación con la criminalidad como parte de un todo. Si son gitanos no tienen derecho ni tan siquiera a una vivienda digna, pues no hay mayor rédito para los medios de comunicación que hablar de gitanos y que además sean rumanos, tal y como está sucediendo en Granada, donde banqueros, políticos y periodistas están poniendo toda la carne en el asador para seguir culpando de todos sus males a unas familias que buscan una vida mejor que los cartones y al chabolismo. No tenemos derecho.

Silencio sepulcral con Eleazar, presuntamente asesinado por los golpes de varios miembros de la seguridad privada, y posteriormente por parte de los cuerpos de seguridad del Estado cuando se disponía a volver al estadio de fútbol. Silencio sepulcral cuando el gitano es la víctima o vuelta de tuerca para culpabilizarlo de algún modo. Silencio para acallar la vergüenza que supone que un gitano muriese esta semana en Hungría porque la ambulancia se negó a entrar en su zona de residencia sin presencia policial, por miedo. Miedo, vergüenza, rechazo, patriarcas, clanes y reyertas. Silencio cuando suena el antigitanismo, que yace guardado en el último cajón de la sala de prensa. En negrita, con el titular bien grande, cuando el gitano deja muchos clicks, dejando el rédito de su mala imagen para que quien firma la crónica llegue bien a fin de mes. Silencio, que nadie se entere que nos matan cuando lo hacen. Silencio, que nadie se entere de que nuestros derechos quedan pisoteados. Silencio, que nadie va alzar la voz contra la perversión mediática hacia lo gitano.