EL ANTIGITANISMO QUE NO CESA: DESDE LA GRAN REDADA HASTA NUESTROS DÍAS

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Un año más alcanzamos dos fechas marcadas en rojo que nos recuerdan dos episodios de la historia más vergonzosa de este viejo continente. Dos fechas que suponen la cara más sangrienta que tiene el racismo, pues este fenómeno no sólo aglutina el rechazo y sus respectivos comentarios con tintes discriminatorios que suelen verse a diario. El racismo cuenta con una espiral de odio que se va acrecentando a medida que se deshumaniza a un grupo social determinado, en un juego perverso donde el estereotipo va ganando la partida a las libertades. Hasta que un día se cruzan las líneas rojas. Esto ya sucedió en la Gran Redada y el Samudaripen.

En estas dos efemérides que hoy venimos a recordar, y a pesar de que con estos dos genocidios perpetrados por manos llenas de odio también sobrevolaban intereses económicos subyacentes, un gran número de hermanos y hermanas, gitanos y gitanas, perdieron la vida en dos momentos históricos en los que la animadversión hacia lo romaní se multiplicó, convirtiéndonos en los chivos expiatorios de los males que aquejaban a la sociedad en aquellos momentos. Por esta cuestión no debemos bajar la guardia. Pues la historia, que es cíclica, vuelve a traernos episodios como los pasados. El clima que se respira por todo el mundo, de hecho, nos trae diariamente sistemáticas vulneraciones de los derechos de nuestros hermanos y hermanas que nos confirma que, efectivamente, esta lucha no va de gitanos o gachés, sino de personas que creen en las libertades y los derechos humanos frente a personas que cegadas por el odio más recalcitrante continúan volviéndonos a situar como responsables de todos sus males.

También nuestra historia nos expone que en el Baró Estardipen (Gran Redada, de 1749) y el Samudaripen (Holocausto Gitano, de 1944) la ciudadanía gitana no se amilanó. Quizás fruto de las mil y una injusticias padecidas durante tantos siglos, o quizás porque en nuestro propio ADN así venga preestablecido, lo cierto es que ayer plantamos cara tanto al ejército de Fernando VI, con el Marqués de la Ensenada a la cabeza, como también a las SS nazis. ¿Saben por qué? Por el amor a nuestras familias. Ya fuera en las Casas de Misericordia o en las cárceles del siglo XVIII, o en los barracones de los campos de concentración como los de Auschwitz-Birkenau, nuestros antepasados fueron capaces de armarse de valor y enfrentarse a ese yugo para proteger a la familia, que es nuestro bien más preciado. Nuestras hermanas especialmente hicieron frente a lo indecible, pues en ambos episodios la razón estaba meridianamente clara: el odio racial, el supremacismo y la cruel ejecución de una limpieza étnica. Así fue como se consiguió la eliminación de miles de familias romaníes en la Gran Redada (sólo en la noche del 30 de julio de 1749 se apresaron a 9.000) y más de un millón perdieron la vida durante el Holocausto.

El clima que respiramos sigue siendo muy tóxico. Tanto, que hoy en día sólo algunos estados miembros de la UE han reconocido oficialmente el genocidio de la población gitana. Tanto, que seguimos teniendo en el propio Parlamento Europeo a antigitanos militantes que promueven el odio racial e intolerante, tal cual lo hicieran los precursores de estos dantescos episodios que hoy volvemos a recordar. Este aire viciado que se ha ido construyendo en los últimos años alrededor del mundo, sólo tiene un nombre: desprotección. Las continuas vulneraciones de derechos a la ciudadanía gitana a lo largo y ancho del planeta, que continúan sin respuesta, demuestran que, efectivamente, con la tibieza y con la prolongación constante de promesas inconclusas nos devuelven al punto de partida. Por lo que, insistimos, este problema nos atañe a quienes apostamos fielmente por los valores y principios democráticos y antirracistas frente a quienes promueven la más absoluta bajeza moral.

Estos discursos intolerantes, unidos a un sistema que continúa eternizando la protección real y necesaria para la minoría étnica más numerosa de la UE, han materializado una serie de episodios lamentables. El último, la “muerte en extrañas circunstancias” de Stanislav Tomáš en Teplice, República Checa, a manos de un miembro de la policía en un hecho que tiene grandes similitudes con el caso de George Floyd. Sin embargo, y salvo excepciones, pocos líderes políticos han mostrado interés en este hecho tal y como sí ocurriera con el ciudadano americano, quien, con toda la justicia de su parte, copó durante días la agenda política mundial.

Al margen a toda lógica, y frente al propio Parlamento Europeo, un grupo de antigitanos de extrema derecha se manifestó contra “la causa gitana”, mientras que el ministro del Interior checo, Jan Hamacek, felicitaba a su policía por lo ocurrido. Ningún mensaje a la víctima. Como tampoco ha ocurrido con la matanza de hasta seis personas gitanas, entre ellas un adolescente de 13 años, y alrededor de una decena tiroteadas en el municipio de Vitória da Conquista y de otros pueblos de la región sudoeste de Bahía, en Brasil, en una violenta intervención por parte de la policía militar que ha arrasado también con casas y coches, a los que ha prendido fuego. Una particular redada en la que muchas familias gitanas de la región están desesperadas y pasando mucho miedo. Incluso temiendo por sus vidas.

En ambos casos, desde FAKALI hemos contactado con las Embajadas de República Checa y Brasil, respectivamente, cuyos responsables han dado traslado de nuestras peticiones a ambos gobiernos para que investiguen de manera exhaustiva estos trágicos sucesos. No cesaremos en nuestro empeño de aclarar lo sucedido y exigir justicia.

Continuamente nos alcanzan episodios de vulneraciones de derechos de personas gitanas. También en España, donde el racismo institucional sigue estando presente, y donde en los últimos años han perdido igualmente la vida varios primos “en extrañas circunstancias”, no se olvide. Por todo ello seguimos reclamando una protección real y tangible para la ciudadanía gitana. Creemos firmemente que, con la aprobación de las leyes de educación, de Memoria Histórica y de Igualdad de Trato y No Discriminación, iniciamos un camino hacia la igualdad efectiva entre la ciudadanía romaní y el resto de la sociedad. Si bien las diferentes administraciones deben priorizar el desarrollo de políticas sociales que promuevan los valores de la igualdad de oportunidades y la lucha contra el racismo, una enfermedad que sigue sin vacuna, sin investigación y sin inversión. No podemos tampoco permitirnos el lujo de continuar copando los guetos, donde la falta de oportunidades, la pobreza energética y la ausencia de respuestas políticas sean el pan de cada día. No cesaremos en el empeño de buscar soluciones para esta enfermedad del racismo, que cuando se manifiesta debe tener respuesta firme. Procuraremos que los errores que quedaron sin subsanar tras la Gran Redada y el Samudaripen no vuelvan a repetirse, para construir entre todos y todas una sociedad más rica, más igualitaria y más saludable. Solo con la erradicación del racismo, optaremos a una sociedad más libre, más justa y sin enfermedades que, como el antigitanismo, corroen las entrañas de la ciudadanía en general.