Valorando los resultados de la comparativa de los diferentes programas para las elecciones generales del 20 de diciembre y el 26 de junio, lo primero que nos hacemos es la siguiente pregunta: ¿Qué pintamos los gitanos y las gitanas como realidad étnica para los partidos políticos?

Siendo España uno de los países con la mayor tasa de población gitana de toda Europa, con más de un millón de ciudadanos y ciudadanas, con una historia y una cultura milenaria que han contribuido incontestablemente e influenciado hasta el tuétano en el carácter y personalidad de España, ésta continúa siendo ignorada en el debate público y el discurso político. Como si nuestra situación de brutal y tradicional desigualdad fuese un hecho natural y aceptado. Desgraciadamente una parte importante se enfrenta con graves dificultades para afrontar la mayor crisis histórica del siglo XXI, algo que unido al incremento incontrolado del antigitanismo está provocando que se halle en una situación límite al ser objetivo además de la extrema derecha en el viejo continente. Es cierto que los Estados miembros de la Unión Europea han adoptado diferentes acciones y medidas estratégicas de inclusión para el periodo 2012-2020, extrapolando el modelo español como referente europeo en la “integración” de los gitanos y las gitanas en la sociedad

Si bien creemos desde FAKALI que ese modelo de expectativas está muy alejado de la realidad que se vive en este país. Además, la indiferencia que muestra la política al no considerarnos una prioridad nos condena a la invisibilización, que se hace explícita en la falta de representación de gitanos y gitanas en sus listas electorales.

Después de casi 40 años de democracia era lógico prever que el tratamiento más adecuado y justo para la población gitana es que hubiese evolucionado positivamente con la inclusión de los gitanos y las gitanas en las listas electorales logrando el impulso necesario y de justicia  a los espacios de participación y toma de decisiones. Por lo que no hallamos explicación ni justificación alguna para que se siga negando la entrada de gitanos y gitanas en los parlamentos. Y no es porque se prohíba, sino porque las mayorías dominantes ignoran la base étnica de la ciudadanía reforzando la idea de “lo que no se reconoce no se valora, y lo que no se valora, se rechaza”.
 
En este caso en el Congreso de los Diputados, la más alta institución del Estado, donde se debate y se decide el destino de nuestra sociedad, incluida la ciudadanía española que es gitana, y que por lo que nos asombra con estupor que no pinte nada para la democracia parlamentaria y la igualdad que toda sociedad avanzada debería gozar.

Hay que reconocer aunque no sea visible (y es nuestra misión demostrarlo) que cada vez hay un mayor número de jóvenes gitanos y gitanas  dispuestos a participar y a invertir el potencial intelectual al servicio de la sociedad, jóvenes formados y críticos que nos rebelamos contra el modelo de “integración” impuesto por el sistema social y político en el que aparecemos como subordinados y supeditados benefactores de una supuesta “caridad” y sin margen de igualdad y protagonismo. Y no es visible porque no nos permiten mostrar la diversidad ni exponer ese gran potencial de jóvenes y mujeres gitanas que forman parte de la sociedad.
 
Nos negamos a creer que se prefiera seguir manteniendo la propaganda antigitana, la de una realidad antagónica, demonizada, atrasada y sin aspiraciones de implicarnos con el contexto sociopolítico que nos toca vivir para seguir alimentando los complejos de superioridad que algunos se otorgan a nuestra costa para anularnos como actores políticos. Y por muy dura que sean nuestras conclusiones, más dura es la realidad a la que nos enfrentamos. Una realidad en las que sociedades democráticas y modernas siguen aplicando estrategias ambiguas que por un lado aspiran timidamente a eliminar la marginación y a la vez  excluyen de facto la representación de la población gitana. Y no compartimos la trampa que justifica la no representación gitana, ya que estamos representado por las mayorías, sin duda, pero eso termina por diluir e infravalorar el hecho étnico en la generalidad en pro de una supuesta igualdad que homogeneiza. ¿O es que quizás algún líder alude a la comunidad gitana en sus mítines, debates o discursos? Desgraciadamente ninguno.

Por eso tenemos la necesidad de lograr el objetivo de que los partidos políticos brinden la posibilidad a todos los ciudadanos y las ciudadanas de participar y estar representados de una menara justa y no discriminatoria. Porque eso constituiría una realidad étnicamente plural, propia de un Estado de derecho. La única manera que tenemos de potenciar nuestra conciencia política es logrando que las voces gitanas también se escuchen en los centros de poder.

El tiempo nos sigue demostrando lamentablemente que nuestras esperanzas de justicia no se van a cumplir si aspiramos a que las mayorías dominantes sean las encargadas de aplicarla. Por lo tanto, si al menos los gitanos y las gitanas logran ganar la batalla de la invisibilización parlamentaria y la discriminación política podremos entonces dar un giro a nuestra imagen y realidad, y sobre todo a las medidas ambiguas que no han logrado resolver la desigualdad y la discriminación que padece la ciudadanía romaní.

Para FAKALI la solución pasa entonces por el compromiso de los partidos para que dejen de mirar a la ciudadanía gitana como menores de edad. Y que eleven el protagonismo de sus mujeres y sus jóvenes. Aquellos que creen fielmente en el progreso y el avance de la igualdad y la justicia en nuestro país. Y que están dispuestos a asumir el protagonismo que les corresponde y que históricamente se le debe.