LO GITANO TAMBIÉN ES POLÍTICO
Las primeras mujeres feministas ya advirtieron en el siglo XIX que “lo personal es político”. Que las desigualdades por ser mujer en la vida cotidiana a nivel personal constituían ejes estructurales que sostenían la desigualdad social, económica e institucional. No en vano, la historia, tal como se cuenta, sitúa el nacimiento del feminismo hegemónico en el contexto de la reivindicación del voto por parte de las sufragistas, enfocando su objetivo en la representación de sus derechos en los asuntos públicos. Desde entonces se planteó la necesidad de un nuevo estatus de las mujeres que redefina lo personal como imprescindible para el cambio político.
Otros movimientos sociales no tardaron en entender que la lucha por la igualdad de derechos ha de abarcar también el ámbito público. En Españasalen del armario las reivindicaciones de los movimientos LGTBI en su primera manifestación en 1977 exigiendo la igualdad de trato, el reconocimiento legal y el fin de la criminalización de la diversidad sexual y de género.
Lo gitano empezó a convertirse en político en los años previos a la II Guerra Mundial. Ya en 1933 tuvo lugar en Bucarest la que consta como la primera reunión romaní oficial, que buscaba el reconocimiento de la unión y la representación gitana más allá de lo individual. Los primeros movimientos asociativos gitanos trasnacionales se fundaron en el período de la postguerra. Y es que el activismo gitano también tiene historia. La Communauté Mondiale Gitane fue fundada en 1960 por Ionel Rotaru. El gobierno francés prohibió este movimiento gitano en 1965. Años más tarde surgió a manos de Vanko Rouda el Comité International Tzigane. En 1971 tuvo lugar en Londres el primer Congreso Mundial Romá que se reconoce como un hito de referencia para este pueblo en todos los continentes, haciendo coincidir incluso la fecha en que se celebró, el 8 de abril, con el Día internacional del Pueblo Gitano. El objetivo de todo no era otro que el de articular reivindicaciones contra el exterminio de la población gitana durante el holocausto, las continuas persecuciones, expulsiones y vulneraciones que padecían sus gentes, y la aspiración del reconocimiento como pueblo. El antigitanismo, (la discriminación específica que va en contra del Pueblo Gitano), en los discursos más simplistas, aluden a que es un problema de convivencia, y sólo ven la solución en que las personas gitanas cambien y se integren. Aquellos activistas gitanos, igual que los y las de hoy, sabían que nada está más lejos de esta ilusa conclusión.
El anuncio de la toma de un cargo de Dirección en el gobierno central para representar la diversidad étnico-racial por parte de una persona no racializada y su posterior renuncia es, como se ha dicho, una lanza en favor de la importancia de que lo simbólico esté representado en la esfera pública. Con tres diputados y diputadas gitanas en el Congreso en esta incipiente legislatura, lo gitano se ha hecho aún más político, que no partidista (con esa aspiración arrancamos). Entonces y ahora el Pueblo Gitano y sus activistas eran igual de conscientes que otros grupos. Sabían y saben que la movilización social en forma de asociaciones, plataformas y espacios con voz propia, y la ocupación de espacios públicos para reclamar un cambio estructural desde lo institucional y lo legal en todos los entes de la sociedad son caminos que han de sumarse en esta lucha. Desde lo europeo hasta lo local, desde los partidos políticos hasta los barrios, desde los medios de comunicación hasta el tu a tú. Todos los frentes son pocos. Lo entendieron las mujeres, las personas diversas, otras comunidades racializadas, la clase trabajadora, la comunidad científica, hasta el ecologismo. Comprender que lo gitano también es político, al mismo nivel que otras comunidades, es lo que sigue tocando. Hoy con más esperanza que ayer.