Justo un año después de la concentración en apoyo de la niña gitana deportada a Kosovo, FAKALI continúa condenando la situación de discriminación y racismo que padece el pueblo gitano en Europa

Hace justo un año, Fakali se movilizó por una causa justa: la deportación a Kosovo de Leonarda Dibrani, una joven de 15 años arrestada por los gendarmes mientras iba de excursión junto a sus compañeros. ¿Su delito? Ser gitana. Los cuatro años de residencia en Francia y su absoluta integración, materializada por ejemplo en una escolarización con resultados y notas excelentes, no bastaron. Las protestas generalizadas por todo el país, tampoco. La burocracia siguió su curso y Leonarda, junto a su familia, fue de deportada a Kosovo.

La misma Europa que premia con el Nobel a la niña Malala Yousafzai como emblema por su lucha por la educación y contra el patriarcado, es la misma Europa que expulsa a Leonarda, niega su derecho a estudiar y mutila su futuro. El cinismo y la bipolaridad ha permitido a la UE sacar pecho contra el mundo árabe, dando lecciones como el mayor ejemplo de civilización occidental, mostrando una incapacidad para tapar sus propias vergüenzas. Con Leonarda no ha cabido el escándalo. Continúa sin escolarizar y sintiéndose como una extraña en Mitrovica: "Mi futuro acaba aquí", ha llegado a declarar a la BBC.

Al grito de "Europa también es gitana", la Federación Andaluza de Mujeres Gitanas Universitarias se concentró frente al consulado de Francia en Sevilla. La injusticia, esta vez cruel, inhumana, obligaba a la reacción ante un nuevo caso de discriminación hacia el pueblo gitano. "Todos somos Leonarda", así gritaba el manifiesto respaldado por medio centenar de organizaciones y movimientos en defensa de los derechos humanos. Se gritaba con convicción, porque por desgracia así es. Así sigue siendo en Europa, donde residen casi doce millones de gitanos y gitanas que continúan padeciendo en sus carnes el azote del odio y el racismo.

Un año después aún se registran desalojos forzados en Francia, Grecia, Irlanda, Rumanía, Italia, Suecia (cuyos gobernantes han llegado a pedir perdón por la persecución al pueblo gitano durante el siglo XX) o Alemania (capaz de reconocer por vez primera el genocidio gitano, representado en un monumento en memoria de las víctimas en Berlín… y también de fomentar la persecución y la expulsión del mismo pueblo con políticas represivas promovidas por su canciller). Persisten escuelas segregadas, políticas y asistencias sociales y sanitarias deficientes, infraviviendas… Y un largo etcétera de oprobios muchas veces, la mayoría de las veces, amparados en un pensamiento, un discurso y un comportamiento racista sin límites aparentes. Una lacra que se creía superada pero que golpea de nuevo a los más débiles. A los que muchos ni siquiera consideran ciudadanos en una execrable reedición del apartheid, surgida ahora en el norte de Italia. En Borgaro, concretamente, donde su alcalde se plantea legalmente la articulación de transportes públicos alternativos para que los gitanos y las gitanas no coincidan con el resto de la ciudadanía.

La discriminación es patente incluso en el lenguaje. La Academia Española de la Lengua ratifica la acepción "trapacero" -de "trapaza", entendida ésta como “artificio engañoso e ilícito con que se perjudica y defrauda a alguien en alguna compra, venta o cambio-. Se legitima así lingüísticamente una imagen injusta, irreal e insultante de todos los gitanos y gitanas que, en un perverso proceso de interiorización por parte de la sociedad, degenera en actitudes y comportamientos racistas. Se tiene asumido así, porque así queda definido en el diccionario, que los gitanos son delincuentes por naturaleza cuando jamás se puede utilizar como pretexto el origen étnico de ningún individuo o grupo, ni usar tal condición, para estigmatizar y ni mucho menos generar conflictos de mayor calado social y cultural, tal y como ha ocurrido recientemente en el pueblo cordobés de Bujalance. Última expresión de un peligroso “efecto llamada” al racismo que ya prendió en los últimos tres meses en Estepa (Sevilla) o Castellar (Jaén).

Se criminaliza la condición de gitano por sistema. Se singulariza tal condición en un pueblo maltratado por la desigualdad al que la mayoría le atribuye el carácter de delincuente. Justo hoy. Justo cuando los mayores y más flagrantes ejemplos de delincuencia, corrupción y criminalidad en este país no están protagonizados precisamente por hombres y mujeres discriminados y excluídos socialmente, por hombres y mujeres que se afanan por romper estereotipos y prejuicios en su lucha por la igualdad de trato. Gente, en definitiva, que no es gitana.

Por eso, un año después, Fakali continúa gritando “Todos somos Leonarda”.