LAS «ORDINARIAS» QUE SIGUEN SIN LUZ
Como parte de otro virus al que llevamos lustros haciéndole frente, los mensajes, los comentarios, las acciones y los discursos con posos racistas no cesan. Continúan infectando a las sociedades. De hecho, podemos afirmar que su incidencia se ha multiplicado en los últimos tiempos, como así demuestra el informe “FAKALI, Antigitanismo y Covid-19”, de noviembre de 2020: “7 de cada 10 publicaciones en Internet referidas a la ciudadanía gitana contienen evidencias de antigitanismo”. Pero la situación no queda ahí, nuestro Observatorio de Discriminación ha localizado y examinado 6.452 contenidos publicados durante 2020 en medios en sus versiones digitales y redes sociales, de los que 782 han sido considerados antigitanos tanto por su explícito y evidente sesgo discriminatorio contra la comunidad gitana como por llevar incorporado un importante componente de subestimación e infravaloración de las personas gitanas, siendo ese racismo sutil o antigitanismo soterrado tanto o más dañino que el explícito. De todos estos contenidos, 315 han sido reportados y denunciados hasta a 97 medios de comunicación distintos.
Ahora bien, el antigitanismo no está tan sólo en los medios que cada día vierten informaciones que alimentan esta espiral claramente discriminatoria, sino que hay más, mucho más. Hablamos de una cuestión poliédrica con unas estructuras muy definidas y enraizadas, por lo que es fácil encontrar a diario tratos desiguales. Pero aún hay más, pues en incontables ocasiones estos no tienen ni tan siquiera una consecuencia directa que sirva como medida ejemplarizante ante otros futuros casos. Podríamos decir entonces que, en este sistema de ricos y pobres, mujeres y hombres, radio y extrarradio e incluso de norte y sur, la persona gitana sigue perdiendo.
Tantas aristas tiene este poliedro antigitano que en un solo día nos quedamos “sin luz” y somos la “gente ordinaria” que “vamos en pijama”. Esa es la imagen que se vierte un día sí y otro también sobre catorce millones de personas, y esa es la que Carmen Maura transmitía el miércoles en una entrevista que le hacían en El Hormiguero al describir al personaje de su última serie. “Sí, somos ordinarias. Somos como una familia un poco gitana”, destacó la actriz en pleno prime time de un programa que presume de haber batido récord de audiencia. Nadie en el plató corrigió a la actriz: “¿Para qué? Si tiene razón”, pensarían. Horas antes se había hecho pública la resolución del Juzgado de Instrucción número 42 de Madrid, que decidía archivar la denuncia contra los cortes de luz de la Cañada, cortes que van de norte a sur de este país que continúa permitiendo que en una pandemia miles de personas pasen más de cuatro meses sin este bien básico. De Sevilla a Barcelona, pasando por Granada y hasta Madrid se contabilizan decenas de zonas desfavorecidas que cargan con el estigma impuesto por muchos, que suelen llamarlos los “barrios de los gitanos”. Pues estos mal llamados “barrios gitanos”, los de la “gente ordinaria” de Carmen Maura, llevan aguantando cortes de suministros básicos días, noches y olas de este invernal enero que hemos pasado, el cual ha batido récords de temperaturas mínimas con Filomena.
En el mismo día del intento de chiste antigitano de la actriz madrileña y de la resolución del juzgado que exime de responsabilidad a la empresa encargada del suministro de la luz de la Cañada salía también un cartel colgado en las dependencias de los servicios sociales de una de las zonas especialmente más castigadas por la pobreza de la localidad sevillana de Dos Hermanas. “No se atenderá a ningún usuario/a que venga vestido/a con pijama y bata de estar por casa”, rezaba el mismo a petición (entendemos) de alguna persona responsable del organismo que debe velar por el bienestar social de sus ciudadanos y ciudadanas. Sin embargo, parece que el equipo profesional prefiere vigilar el nivel de decoro que pueden llevar las personas usuarias que vienen hasta sus oficinas a pedir comida o trabajo, o las dos cosas. Habríamos preferido carteles informativos sobre las ayudas o cursos a los que muchas de nuestras usuarias desean con ansias poder participar. No obstante, nos encontramos con la máxima expresión del clasismo antigitano a instancias de servicios públicos que decidieron en su día dedicarse en cuerpo y alma en trabajar con población en situación de vulnerabilidad social. Lo sentimos por ellas, pero están en los Servicios Sociales de Dos Hermanas, no en los de Beverly Hills.
¿Y qué tienen en común todas estas cuestiones que hemos detallado? Como decíamos, este asunto es poliédrico y ante tantas aristas o caras, el antigitanismo se puede apoyar en todas las facetas posibles. Desde el clasismo al humor, pasando por la política y los medios de comunicación. Desde los tribunales a los servicios sociales o un plató de televisión, el cual por cierto no deja de estar en boca de todo el mundo por su mala praxis. Tienen en común la naturalidad con la que se toman estas cuestiones y la escasísima respuesta que a posteriori obtienen. Las redes sociales han ardido visibilizando la pertenencia étnica de aquellas que van en pijama a los servicios sociales y, cómo no, el racismo ha vuelto a aparecer de la manera más vil. ¿Saben a quién no han visibilizado ni recordado ni las redes ni los medios? A Alfreda Noncia Markowska, heroína de la resistencia romaní y que se nos fue hace unos días. Alfreda consiguió rescatar a 50 niños y niñas gitanas y judías del holocausto nazi. Ella daba luz con su vida, aunque se les han olvidado recordarla. Descansa en paz, tía Alfreda.